Estabas escondida
Estabas escondida en el recuerdo,
agazapada entre las duras horas
de cada ocupación, de cada esquina
que la vida nos pone; estabas solo
entre rotas victorias, grises llantos,
entre antiguos visillos que una brisa
movía con ternura pocas veces.
Estabas como siempre por mi vida:
sólo un paso levísimo en mi cuarto,
una furtiva lágrima al dejarte,
un ordenar los libros, un seguro
preparar el café de la merienda…
Estabas carcomida por las voces
del trabajo y el pan y los amigos,
sin una ruda soga que trajera
hasta mi sed mi cubo de abundancias.
A veces me llegaba como un eco
el que vivías, que pasabas suave
por tu ciudad de huertas y de playas;
pero el eco se iba sin que nunca
te renaciese a mí, te cobijase
en el murmullo de tu voz queriéndome.
Pero esta noche, en agobiantes olas,
en torbellino, en espirales, surges
como antaño; en mareas violentas
te levantas, me inundas, me estremeces,
rompe la dura costra de estos años
-¿cuántos años sin verte o recordarte?-
y enhiesta, vertical, como una pena,
hacia el canto o la noche o la esperanza
me haces volver al nido de tu beso.
(Publicado en Puerto Norte y Sur, Primavera de 1998)