Homenaje a Antonio Machado
A Soria, subo, Antonio, desde mi tierra baja;
para soñar contigo llego hasta el alto Duero;
mi alma es una urna donde se barajan
flores recién cortadas y tu cantar sincero.
Hasta tu “Soria pura”, con mi melancolía,
hasta ese fijo y tuyo paisaje castellano,
llego calladamente desde mi Andalucía,
con olores a olivos y siegas de verano.
Y es esta Andalucía que tú también conoces
-una doncella virgen con cintura de esquimo-
la que aflora a mi alma esos eternos goces
de arribar a Castilla en virginal arrimo.
El aire por la tarde es más frágil y pleno;
Soria se viste toda de místicos rubores,
y el campo queda todo, tan delgado y sereno,
como el alma tranquila de tus versos mejores.
Esta placita tiene un aire vespertino
--acacias, flores, dulce crepúsculo viajero--,
mientras un hombre sube deshojando el camino
con lentos y medidos pasos de romancero.
El reloj de la iglesia sobre el río desgrana
un cuarto de hora frágil, retorcido de brisas;
unas tras otras pasan las horas; la ventana
que se cierra, y la nube que un sol de ocaso irisa.
Mujeres enlutadas al rosario de tarde.
En la desierta plaza, la noche, el viento y yo;
y unos pasos sonando en un perpetuo aguarde
de una burlona dicha que ya jamás llegó.
(Publicado en ICLA, Septiembre de 1952
y en Festival de Primavera de Arcos de la Frontera, 1976)