CÁDIZ DESDE EL RECUERDO
Cádiz desde el recuerdo, ciudad donde la dicha
es como una gaviota, un olear sencillo,
donde la ausencia toma potencia de planeta
y el amor se me viste con glorias de domingo.
En todas las ciudades, sobre sus campanarios,
irremisible flota como un ángel de olvido,
pero en ti se hace nada, hondón de claridades,
y se hacen pulso tuyo los siglos de los siglos.
Atardeceres suaves, cuando en las caracolas
de sus manos renace todo mi mar de niño,
todo mi mar de sueños que luego se concreta
en tus rocas atlánticas y su mirarme tímido.
Conozco por mis pasos la arena de tu parque,
oros de la alameda, corazones antiguos,
y la pequeña cántara de unos labios llevando
ternura hasta mi verso y mis oídos.
Mis versos en sus labios. Qué instante para amarla,
para elevar en hombros la voz del infinito.
Y aquí, Cádiz, se agranda tu barroca dulzura,
tu resplandor más puro, tu total equilibrio.
Desde poniente llegan bandadas indecisas
de recuerdos y espumas de mis goces marinos,
de mis goces eternos de tus playas guardando
la huella de unos pasos junto a los pasos míos.
Sobre tus miradores, más allá de tus mástiles,
en ese cielo claro de ciudades y libros,
tu nombre, Cádiz, lleva otro nombre y te hace
hallar tu justa forma, tu más pleno sentido.
En mí tú ya no existe sobre las latitudes,
en voces geográficas, en notas y discípulos:
la hora de una cita y el color de unos ojos
te alzan y te sostienen en el lugar preciso.
Yo en ti, oh, Cádiz, amo tus playas en invierno,
la soledad alegre de sus días vencidos,
y esa pequeña mano que va por los recuerdos
temblando en sol mayor con todos mis latidos.