DECIR ADIÓS
Decir adiós es cosa fácil
cuando no duelen las palabras,
cuando las ruedas de los trenes
no nos trituran las entrañas.
Pero decir adiós y estrangularse
el corazón con una lágrima,
alzar los nudos de las fuentes
para nacer un himalaya,
es un desierto sin oasis,
una tormenta sin cabaña.
Decir adiós es cosa dura
para alejarse de tus playas,
para alejarse de tus manos,
de tu tristeza remansada.
Decir adiós es un abismo
donde la dicha se desangra,
donde los vértices del llanto
vendimian áridas nostalgias.
Decir adiós es mucho menos,
un bisturí que nos talara
-árbol tras árbol, golpe a golpe-
el alto bosque de esperanzas.