0
Te yergues sobre un duro suelo. Vives.
Lanzas, seguro, al vuelo, tus halcones
para beberse el aire y la alegría;
el viento se somete a tu apetencia
y dominas la risa, el mar, la noche,
te dominas a ti, clavas tus garfios
en la colina del pasado y sigues
alegrando los pasos que te esperan.
Dominador de todo, consumiendo
con tus pequeños sorbos la victoria,
haciéndote victoria, alzando, izando
tus banderas a mástiles, a cimas,
izándote a la gloria, haciendo carne
de esa gloria de tu carne y tu ventura.
Pero estás limitado, compelido
por muros, por enormes muros negros,
por espesas paredes que te encierran
en su pozo de sombras y vacíos;
a veces, raras veces, algún rayo
de sol desciende hasta tu soledad
para hacer más patente tu impotencia.
Insoslayables límites te anulan
y estás en cruz, trazado aunque no quieras
sobre unos ejes que sin ti se hicieron.
La misma vida te limita y nunca
morir te salvará de haber nacido;
y tú también serás límite tuyo,
origen y destino de tu vuelo.
Pero dos muros te aprisionan sobre
todas las otras fuerzas que te aplastan,
estrujando tus huesos, tus afanes,
hasta volverte en pulpa de tus sueños:
el espacio en que vives se alza ingente
haciéndose himalaya en tu camino,
y el tiempo que erosiona tus roquedos
piratea las naves que atesoras.
Tu tiempo en flor, tu espacio en agonía
serán las coordenadas que te amarren:
lucharán otras líneas divisorias
-abcisas de rencores, sendas vagas
de sueños demolidos, yertos círculos-
por encerrar, por limitar tus ímpetus,
pero nunca tendrán fuerza y arrojo.
Se van cerrando contra ti los muros,
inútilmente lucharás con ellos
para estar sin fronteras, abarcando
los astros, sus medidas, como inédito
robinsón por los siglos de los siglos.
Pero se estrechan más los altos muros,
te limitan, te asfixian, te aprisionan,
y entre latido, entre distancias, dejo
mi espacio en flor, mi tiempo en agonía.