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(La casa)
La casa se edifica de recuerdos,
levanta sus paredes de ternura,
su vertical cobijo a la esperanza;
tiende amorosamente sus tentáculos
de maduros instantes de agonía,
de inmarcesible y transitada historia
por días sucesivos, por laderas
de entrañables momentos sin contornos.
La casa es una luz entre las sombras,
una sombra azulada entre tinieblas;
un camino de todo en el desierto,
un navío en el mar, una cabaña
de beso, una llamada en la subida.
La casa se conmueve cuando el llanto,
se goza con la risa de los hijos
y atesora en sus muros la alegría;
es nuestro yo más descuidado y puro,
el asidero firme, la certeza,
la madre, la mujer... La casa tiene
nuestro calor y nuestra siempre gloria,
va creciendo su tiempo en nuestra sangre,
va edificando su altitud con ecos
de los besos caídos, sus paredes
se colman con sudores, sus ventanas
se alimentan del pan de nuestra mesa,
cubre con la migaja de los sueños
los vértices tranquilos de sus días.
La casa nos arropa, nos abraza,
nos acuna el cansancio tenuemente,
se hace vida en su vida nuestra vida
y amalgama la pena inviolable
con su cal y su llanto y su destino.
La casa se oscurece en la tristeza,
despliega sus fronteras al amigo,
se hace bastión de espina, amurallada
penumbra o corazón al descubierto;
la casa se recrece en nuestros límites,
se eleva en los segundos que nos cruzan,
y nosotros estamos cada día
haciéndonos más carne de la casa.