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La palabra es un nudo.
No se pronuncia a veces.
Se quema en la garganta
-carámbano de nieve-
clavando sus dorados,
mohosos estiletes.
La palabra es un cáncer
con su heraldo de muerte,
deformando las voces
que dentro nos conmueven.
La palabra es un límite
de sonidos inertes,
eco sin su montaña,
turbión sin su torrente,
pagoda sin silencios,
cordillera sin vértices.
La palabra nos deja,
ante la vida, inermes,
sacude nuestras células,
esparce nuestro semen
y deja nuestro centro
descentrado y doliente.
La palabra palpita,
bulle, salta, se vuelve
contra nosotros, clava
su veneno en las sienes
dejándonos inútiles,
destrozados e inertes.
Destino es del poeta
buscar así su muerte.