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No tendrás el valor de pronunciarlas.
Se quedarán pudriéndote por dentro,
clavándote sus sombras infinitas,
devorando la escasa luz que tengas.
Sus sílabas serán como puñales
horadando la esquina de tu gozo,
plantando de cipreses tu alegría,
tapiando tus corrales y dehesas
para dejarte maniatado y vivo
sobre el desierto de tus soledades.
No volverán su curso tus palabras,
no abrirán nuevo surco en los tarajes
y las que nunca pronunciaste, ahora
serán espejos curvos de barracas
de ferias pueblerinas, sin sentido,
que te irán deformando la estatura.
Pondrás dique de olvido a los recuerdos,
tu impulso luchará contra su acoso,
y les tendrás vencidos, en la zona
más lejana y letal de tus fronteras
más seguras, llevando su destierro
entre el pan y la flor de cada día.
Domeñarás su tenebrosos ímpetus
por retornar al sol y a lo viviente,
restañarás las grietas que en tus muros
abran sus golpes, su embestida ciega,
con la cordura de lo cotidiano,
con la luz de la casa ennoblecida.
Tu paisaje interior tendrá lugares
a los que ya nunca volverás. Su tierra
proyectará una sombra sin penumbras,
una rotunda, espesa, dura sombra
sin regatos, ni frutos, sin salida.
Aquí un acantilado sobre el agua
te hablará de un amor; un chopo herido
por el último sol, será la antorcha
de una tarde perdida entre los pájaros;
un puente sobre un río, el paso lento
de la brisa de agosto por las ramas
de los lejanos, firmes eucaliptos
te dejarán transida de emociones
la vulnerable roca en que te apoyas.
Lugares sobre el tiempo, en los que nada
dejaste, y te dejaron maniatados.
Pero nunca serás lo que esperabas;
estarás limitado por tus sombras,
oprimidas tus células por fuerzas
que desataste para alzar el mundo
y se enroscaron, tercas, en tus vísceras;
las palabras no dichas, los recuerdos
que intentas sofocar, y esos lugares
que tuvieron tu ser como sin verte,
serán esclusas ciegas de unos ríos
que no serán el mar hacia el que fluyes.