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(Geografía)
Abro la puerta de la casa, y entro
en una inusitada geografía,
en un atlas de amor, en una esfera
de armilares trazados de sosiego,
de inolvidables órbitas de gozo.
Abro la puerta... y como en desbandada
la casa se me puebla de paisajes
remotos o de calles cotidianas,
se colma con los ríos que no he visto,
con mares no surcados, con montañas
que nunca escalaré, con los desiertos
que consumieron mi camino antiguo,
con los parques que encuentro cada día,
con selvas insondables e ignoradas.
Abro la puerta de la casa, y entro,
y encuentro al universo desplomado
viviendo en sus baldosas y maderas,
creciendo de su aliento y su ternura.
El mundo está en la casa. Y sus fronteras
encierran todo el mundo y lo aprisionan,
limitan, sí, separan ese abismo
que va desde su todo hasta la nada;
redondean su cálida corteza
y la llenan de luces siderales,
de orbitales caminos, de espaciados
meridianos de penas, paralelos
humanos, de ya célicos solsticios.
Su ecuador la circunda, abraza, envuelve
de paz, de la escalera a la cocina,
y la espina dorsal de su pasillo
es amplio valle para el pan y el beso.
Y yo, nomadeando por sus ríos,
haciendo los periplos ignorados
de descubrir caricias por el aire,
de explorar mi despacho o mis recuerdos,
contemplo cómo el mundo se me hace
pequeño, elemental, como mi casa.