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El mar niega su ser a la esperanza
y la playa le niega al mar su ser.
El mar muere en la arena junto al paso
anhelante que fue dejando el hombre,
negando el ser al hombre, derramando
su amor junto a las tablas carcomidas,
enterrando su amor y su tortura.
Niega su ser la playa a quien la vive
y pone junto a restos desahuciados
los mínimos naufragios del olvido,
los inmensos naufragios de renuncias,
los huérfanos del tiempo, soportando
las ataduras de algas, los certeros
bandazos de la pena, la alegría
de vuelo entrecortado, sostenido
por la pobre esperanza, que las aguas
cubren como a los restos del verano.
(La playa, el agua gris, el viento amargo,
la lentitud de la latina vela,
el soñado pinar, y la desnuda
pared, y el viento amargo sobre el alma
otra vez, y este restañar las olas
rizadas por la amarga cantinela
de adioses que dejaron grises restos
en los gris de este viento, en lo salobre
del agua sin verano y sin confines...)
El mar niega a la mar sus tempestades,
el yo niega su amor al yo que añora
y la playa sepulta con su arena
los pasos que marcaron gloria y cima.
Y entre restos de restos, y podridas
cortezas de los días desguazados,
clava la mar sus carcomidas olas
en la gloria del ser que le anhelaba,
en el centro del mar de cada día
para negar la misma negación.