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Sujetaba su voz porque sabía
que acusaría su feroz tristeza,
la aprisionaba, sí, como una pieza
rota, como un reloj de su agonía.
Puso en hora su fuego, y no podía
darle cuerda al recuerdo... Su corteza
quebró el cristal... Echaba la cabeza
sobre los brazos... Ni llorar podía.
Rompió el timón y puso en cuarentena
el barco de su pena y su amargura.
(Un olear cercano el viento labra.)
Tiró su voz y la enterró en la arena;
y puso sobre el mundo su cordura
ardiéndole el volcán de la palabra.