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(El cuarto de los niños)
Todo es aquí sencillo y en sosiego.
El pan se llama pan y el vino tiene
un rubor de inefables medias lenguas,
un balbuceo de pequeños pájaros
y un trino sin domar de risas mínimas.
Aquí todo se hace moldeable
arcilla primordial para los juegos,
todo se cubre de un rumor de infancia,
de una serena granazón de gloria
y un torpear para escalar las sillas.
Y aquí la casa late en tono tenue,
pone sordina a su fragor de acosos;
y los vientos que brotan como cerco
acechando sus huecos y resquicios
para clavar su daga en nuestras horas,
se amansan en las manos y sonrisas
de los niños, y aquí la casa vive
su logro más sereno, su cordura,
y aquí la casa entera se hace madre
para mecer los repetidos sueños,
para nutrir los repetidos pasos
de los hijos por penas y pasillos,
por los cauces y ardientes miradores
de afanarse en el pan y por la casa.
El cuarto de los niños, dulce parque
para sembrar caricias e ilusiones;
ciudad para los sueños, fértil cumbre
de gozos, de promesas, de misterios.
¿Qué presentida, qué ignorada senda
cruzará tus paredes, tus canciones?
En este cuarto de los niños nace
nuevamente mi infancia, y se recrece;
y en este universal, tranquilo mundo
que limita hacia el este con la rota
muñeca, y tiene al sur la desinflada
pelota, en el oeste el gris mecano
y al norte la alegría de la madre,
en este planetario de dulzuras,
en este mar sin vientos ni galernas,
yo elevo la cometa de la casa.