EPÍLOGO
No hace noche una estrella. Ni tampoco
hace dolor un muerto. Y sin embargo
un muerto es una piedra en un estanque
levantando unas ondas sucesivas
de dolor y de miedo y de congojas
hasta encallar en rocas de las márgenes.
No hace dolor un muerto... y es la forma
definitiva y sola de morir,
arropado por lágrimas piadosas
que a boca llena vuelcan los regalos
de sonrisas o fuentes o cizañas
que le negaron vivo; despojado
de negros atributos que colgaban
su esqueleto viviente como estigmas
que se adelgazan, glorifican, reinan
cuando ya no hay peligro de regresos.
Porque la vida se sustenta sobre
regueros de cadáveres; alienta
con la muerte que ronda sus confines,
y no se da por satisfecha sino
teniendo un muerto para comparar.
No hace noche la muerte, que la noche
amamanta en los pechos de la vida
su oscuro lobo, su gacela inhóspita,
emboscando en los riscos de la pena
mil maneras de alzarse en muerte, cuando
la voz nos lastra de silencios mínimos.
Toda la muerte está en la vida. Ignoro
esta verdad cuando respiro; niego,
si acaricio una mano, su evidencia;
me obstino, con un velo en la pupila,
en definir la vida por lo vivo
y no por lo que hiede a desamparo.
Y entre tanta perdida podedumbre
como la vida encierra, me estremezco
cuando hiere la muerte mis fronteras.
Toda la vida es muerte, pero es cómodo
desconocer los hechos, someterse
a lo que el miedo estableció; si acaso,
de cuando en cuando y no por mucho tiempo,
llegamos -a lo sumo- hasta la entrada
de la gruta pero sin trasponerla.
Y sin embargo late en cada célula
de la costumbre, inicia un recorrido
victorioso por montes y pantanos
de nuestro tiempo, por las sendas mismas
de cada fiel segundo, y nos sumerge
en un profundo lodo que nos deja
frutos de nada en la desolación.
No hace dolor un muerto porque estamos
tan repleto de muerte, tan en trance
de respirar la muerte, que las venas
no son sino un torrente de cadáveres
que fuimos naufragando con olvidos
para evitar que nos amenazaran.
Pero algún día todos esos muertos
que has ido tú ignorando por sistema
para que no te enturbien la alegría,
se te pondrán de pie sobre los huesos,
pedirán sin remedio los tributos
que siempre le has negado. Sólo entonces
te mueres de verdad... y alguien te llora.