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Tu cama está vacía,
aún con las mismas sábanas
que la última noche,
sin ocupar por nadie,
como un silencioso monumento
a tu recuerdo y a tus días en casa.
Y qué dolor profundo y lacerante
cada vez que la miro,
sintiendo el martilleo en la cabeza
de "traéme agua", "apágame la luz",
o el "buenas noches, papá" con que te despedías.