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Yo entrego mi tristeza a quien me entienda;
mi locura, a los seres con quien vivo;
los torpes versos que con sangre escribo
a quien con sangre mi recuerdo encienda.
Entrego lo que tengo y dejo en prenda
mi desazón, mi nada, mi derribo;
sólo me quedo un cántico furtivo
para aguantar la tela de mi tienda.
Que nadie me pregunte si he sabido
atravesar los mares de mis días
porque ignoro la huella de mi viento.
Sólo sé que viví como he podido,
que puse empeño en lágrimas vacías
y que por nadie va mi testamento.