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Tener que seguir vivo es la condena
de muerte más terrible que nos cargan
los jueces del destino. Poco cabe
de apelación. Y ves como el contorno
de tu celda se estrecha; y todo el campo
y todo el mar y todo el universo
derraman su alegría en los ladrillos
de tus paredes vivas, de tus células,
haciendo de carcoma en los escasos
aguantes que te quedan por si algunas
veces pensabas en parar. Y siguen
gritando tu condena a voz en grito,
negándote la muerte con la vida,
como si ya no fuera suficiente
tener que caminar sin más remedio.