a Antonio Murciano.
Podemos contemplarle. Viene a solas.
Ni las nubes con él; a solas anda...
Hunde el rostro en la tarde y la baranda
del recuerdo corroe sus corolas.
Dejadle ya. Podridas amapolas
llenan su sucio páramo y la landa
terrible del dolor, de banda a banda
del corazón, le abate con sus olas.
Solo y a solas. Contemplad su día,
su noche ya, su corrosiva lumbre,
mar que se empeña en vértices de sueño.
Turbio cadáver, hueso de elegía,
ahí lo tenéis, hacia la adusta cumbre
de su vivir, a solas con su leño.