a Anita Pérez García.
Dejarse el corazón en una esquina
es menos doloroso que cambiarlo de sitio
que llevarlo a los labios
diciendo adiós a cántaros y besos.
Este crujir del césped
sin importarle a nadie la suela del zapato,
preguntando si llueve, si hace sombra,
viviendo cada instante, consumiendo
gargantas y palabras
en inútiles llantos sin sentidos;
este crujir del césped,
este marchar de prisa
quizá con la esperanza
de ganarle a la muerte unos centímetros,
este afanarse estúpido
por dividendos y cotizaciones,
hacen del mundo un trapo
en la eternal sonrisa de Dios, aire
para la enorme torrentera antigua
de voces y más voces que se clavan
en lágrimas sin llanto.
Dejarse el corazón en una esquina,
clavárselo, romperlo, despojarlo
de su roja corteza llameante,
hallar la fuente eterna, el centro último,
la flor nacida a espaldas de una aurícula,
tropezar con torrentes que nos llevan,
que nos arrastran como piedrecillas,
todo esto, lo sé, es doloroso,
pero decidme,
vosotros, los que andáis,
los que lleváis a lomos la tristeza
sin saber por qué os vino,
los que guardáis rebaños
de pálidos prodigios repetidos,
¿no duele más en la mitad del alma
que nos enseñen
un palpitante corazón y digan:
"Esto es un hombre muerto ayer mañana"?