a los doctores D. Dionisio Romero
García-Pelayo, D. Miguel Ángel
Ruiz-Badanelli y D. Anselmo Timermans.
El hombre es un castillo sin cimientos,
un paredón sin fuerza en el vacío;
yace sin casa y vive sobre un río
turbio de sangre y de limitamientos.
Lanza sus pulsos por la mar, sedientos,
y dice soledad y siente frío,
y es que tiene en el pecho un monte umbrío
que lo va hundiendo en galopantes vientos.
He dicho hombre y ya por esta espera
donde se hunde el verso y su contorno
lo crucifican con la luz del llanto.
Hombre para una muerte sin frontera,
para vivir un mundo sin retorno
a un no sé dónde y a un no sé qué canto.