a mi hermana.
Como un agua mordida mi dolor busca cauce
y se lanza a la incierta claridad de la estrella
y pone mi bandera de soledad en trance
de perecer con nadie y vivir con la piedra.
Estamos contra el viento el paisaje y mi noche
cosiendo de alfileres las rocas a mis ojos,
sumiendo la espesura vegetal de mis voces
en las luces furtivas que refleja el arroyo.
No hay huida posible; estoy aprisionado
contra el contacto duro de una espada de ausencia;
como serpientes ácidas, los caminos del llano
se enroscan a mi cuerpo y me fijan en tierra.
¿Pero y mi dicha antigua? ¿Y las ciertas ternuras
que un día me elevaron desde mi barro al vértice?
¿Dónde están las palabras?, ¿dónde aquella segura
manera de besar mirándome a la frente?
Todo es piedra o es árbol, rugiente mundo muerto,
yacente geología que me sume en su pozo
y hasta mis voces tienen, al gritar, como un eco
de rocas al chocar hacia el hondón del fondo.
La tarde soy yo mismo; aquí ya nadie es nadie.
La soledad, a fuerza de morder los pulmones,
mineraliza el pecho, hace cuarzo a la sangre
y esparce con el viento los sueños por el monte.
Mirad hacia el paisaje; sobre aquella colina
un hombre se hizo roca porque el dolor lo quiso;
no detengáis el paso; pasad un poco aprisa:
¡es una piedra más que rueda hacia el olvido!