a Pepe Nadal, Diego Villagrán
y Domingo Sierra.
¿Y habremos de sabernos cada paso
con menos estatura y menos sangre,
y resignarnos a subir de nuevo
oscuros trampolines
para saltar a ciénagas sin fondo?
¿Y habremos de saber que cada instante
nos aguardan sollozos tras la puerta
y que tendremos que acabar, sabiéndonos
amplios gigantes de la madrugada?
Pero nadie nos dijo
cuando el latir primero nos ganaba
centímetros de luces,
cuando el soplo vital nos iba alzando
en el sagrado y maternal recinto,
cuando impacientes dedos golpeaban
paredes interiores
con ventanales de sangrantes células,
nadie nos dijo
si estábamos conformes de llegarnos
a la amargura inútil de la tierra,
a este pasar furtivo
de cazador abandonado y solo,
nadie quiso decirnos
que en múltiples recodos se congregan
los ágiles fantasmas
de inconfesables noches sin finales.
Pero estamos aquí, de pie, como si nada,
como si esto no fuera con nosotros;
bailando en estos trágicos
valses de oposiciones
para tener más tierra entre los dedos,
cayendo con la lluvia, levantándonos,
siendo menos nosotros, menos yo,
a cada nuevo paso que nos piden;
y para qué, me digo,
para qué este incansable arar los mares,
¿para servir de abono a alguna planta
con su podrida savia descompuesta?