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(A las sombras de Itálica)
A Manuel Bendala Galán, amigo, para que cuando sea un arqueólogo famoso recuerde que tras –y sobre– las piedras,
está el hombre.
Quiero olvidar la Itálica famosa,
la de las Venus de irisado mármol,
la de silente, mudos, siempre enhiestos
cipreses que, en sus sombras, dieron nido
a las romanas águilas, a eternas
legiones que llevaron los caminos
de la ciudad al mundo, al descampado
de tiempos, fortalezas, huesos, gérmenes
de dioses, duras manos, altas grímpolas,
para alzar la torpeza de unos vientos
sobre las tapias de lo siempre ido.
Quiero olvidar la estirpe de Trajanos,
los Aelios que dieron sobre el musgo
del tiempo su ejemplar ruta y prestancia.
Porque quiero cantar la subhistoria,
lo gélido y vencido, no el palacio
sino la cabaña, no la columna,
sí el adobe secado al sol de Iberia;
no cantar al mosaico, no a las glorias,
sino la tosca, anónima cerámica,
no al empuje de los césares sino
al legionario, al rudo labrador,
la esclava no nombrada, el epitafio
del niño aquel a quien los dioses dieron
la tierra leve para descansar.
Porque ellos también fueron historia.
Quiero cantar no al fruto, no las ramas,
sí la raíz hundiéndose en la tierra,
sí el alfar, sí la ibérica semilla,
las chozas, las veredas y los surcos
que Scipio se encontró cuando llegaba
con sus legiones victoriosas frente
al fiel solar que lo sustentaría.
Quiero cantar el paso en el camino,
la muerte sola en el anfiteatro,
el gladiador vencido, la doncella
que suspiraba en el jardín o el huerto,
y el mirlo aquel que alguna vez cantara
al sol poniente, sobre rama incierta,
cualquier atardecer, cuando era España
ni un proyecto siquiera en el futuro.
Quiero cantar su olvido y su misterio
porque ellos también fueron Itálica.