12
El asco de la vida es duro y cierto.
Nadie lo dice y todos lo padecen;
es una hiedra cuyas ramas crecen
hasta anularte, hasta dejarte muerto.
Naciendo de la selva o del desierto
sus frágiles semillas pujan, vencen
tu resistencia y, sin saberlo, mecen
tu vida y muerte, como el mar al puerto.
Porque aunque siempre el cómo y cuándo ignoro
sé que entre penas y renuncias masco
su pulpa fresca y bebo su veneno.
Creciendo el cobre donde asiaba el oro
la vida, con su muerte y con su asco,
apaga glorias donde sólo hay cieno.