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(Los idos)
Los idos no son los muertos ni olvidados;
son carne que nos duele en nuestra carne,
un árbol solitario en el otoño
o un junco que se mece por la brisa.
Los idos van en procesión de ausencias
silenciosos, sumisos, simples nada,
jalones de un camino, secos vértices
sin encontrarse ni encontrarnos, como
peñascos rotos, como secos cauces
atándonos -dolientes- y venciéndonos.
Son peso muerto, ingrávido, que deja
vacío nuestro elemental vacío
para mostrar más claro su poder,
para poner nuestra ilusión y empeño
en cuarentena de tristezas vivas.