26
Pasaba la alegría por su puerta
y la entornó; dudaba todavía
que pudiera llegarle la alegría.
Nunca supo si estaba viva o muerta.
Dudando más, temiendo no ser cierta
la nueva luz que entraba por su día,
abrió de golpe, la llamó, y venía,
pero pasó... La puerta quedó abierta.
Lentamente cerró y a cal y canto
dejó postigo y gloria, porque había
que mantener en sombras la ventana.
Salió al camino y ocultó su llanto,
sabiendo que en su huerto la alegría
era un fruto podrido y sin mañana.