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Para Rosario Medina,
con el recuerdo de Antonio
Cada mañana empieza
esa traición de cada día. Nadie
confesará su falta desde luego.
Pero al ir a afeitarte
unos adormilados ojos
te arrojarán azogue corrosivo
que te despertarán para los restos.
Y es que a pesar de todo, todavía
te aferras a ese estúpido recurso
de encanallar los nudos de corbatas
por mantener la cotidianeidad,
fumarte la tristeza en un cigarro
y lanzarte al torrente de ese día
como si no supieras lo que ocurre.
Se dice incluso que se anotan
algunos casos que de veras
no saben lo que ocurre. Pero pocos.
Lo normal es que crezca la joroba
de los apesadumbramientos,
de las renuncias y las limitaciones,
y vaya gravitando
su enorme pesadez contra tu espalda
comprimiendo los huesos de tus sueños,
quebrantando la pulpa
que eran columnas en tu corazón.
A veces un relámpago
te inunda de deslumbramientos
y piensas un segundo
que todo vuelve a comenzar...
Y todo se reduce
a que sin darte cuenta
sobre tus hombros cargas nuevamente
esa traición de cada día.