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Me apuñaló el eclipse
con su maldición de siglos.
Ni los astros siquiera
permiten que el camino resulte
favorable un momento tan sólo
para variar.
Pero convoco a solas
los rebeldes espíritus
de un miedo prehistórico y demente,
me subo a la colina
de una desesperación, disimulada
como si fuera valentía;
desafío a los dioses
del fuego y de las sombras,
de las catástrofes y las esperanzas,
y les lanzo a su rostro
la indeclinable decisión de ser un hombre
que sostiene su aguante
a pesar de la hora de su nacimiento.