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Hay barcos que se hunden
con dolor, pero con dignidad;
-¿recuerdas el Titanic?- otros sólo
se hunden, y hay alguno
que, a pedazos o enteros,
únicamente lloriquean
su larga letanía de fracasos.
¿Cómo se hundió mi barco?
¿Qué torpedos de orgullo,
de palabras torcidas, lo hizo añicos?
¿Cómo ardió su velamen?
¿Quién el fuego
de una cerilla que inició la guerra
no fue capaz o no quiso o no pudo
apagar evitando la catástrofe?
Sólo queda un naufragio,
cuatro cajas flotando sobre el agua
y que algunos denominan
recuerdos por mal nombre,
pero que sólo sirven
para poder contar más fácilmente
el número de ahogados
que dejarán en la playa la marea.