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Me han apagado tantas luces
que la sombra es mi luz; inútilmente
recorro los senderos que hace tiempo
deslumbraban de gozo, deslumbraban
tan sólo por el gozo que guardaron.
Y nunca anochecía.
Y nunca estuve ciego.
Pero con duros garfios
los años desgarraban
los bellos habitantes de luz
que fueron mis amigos, que llenaron
mis horas con palabras luminosas,
con ráfagas de amor, o por lo menos
con penumbras que nunca
tuvieron soledad como refugio.
Pero tan sólo queda la ceguera,
el envés de la luz, la duda enorme
de saber si tus ojos
han podido servirte alguna vez
para otra cosa que no sea
en vislumbrar tu propia negación.