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Las manos que toqué fueron poniendo
sedimentos de tiempo en mis venas,
capas de luz, alientos de condenas
para salvar lo que se va perdiendo.
Los ojos que miré fueron metiendo
nuevos, lejanos mundos, siempre llenas
esperanzas de amor en las cadenas
con que fueron negándome y venciendo.
Yo soy yo mismo más los sedimentos
que cosas y personas arrojaron
sobre las simas de mi geografía.
Después me erosionaron esos vientos
de mi vivir, y todos me dejaron
una montaña que no sé si es mía.
Del libro Tiempo Muerto
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