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A veces tengo envidia
al leer los poemas
que nunca fui capaz de haber escrito;
porque me siento tan en ellos
y tan en carne viva me seducen
que son mis sentimientos y mis dudas
quienes hacen latir el fuego entre sus sílabas,
quienes le dan sentido a sus palabras.
Y me conformo
con leerlos en alta voz
una vez y otras vez y muchas veces,
en sentirlos
a través del silencio y en voz queda
mientras me encuentro
gloriosamente condenado
a estremecerme con la voz de otros.
Del libro El último navío