ELEGÍA
Hoy me llego hasta ti a través del llanto.
A través del sencillo silencio de las cosas.
Por esta última lágrima como una mano abierta
que consuela.
A través de este íntimo callar
que como el agua nueva,
todo lo entrega tierno al aire amanecido.
Toda la sangre, hasta el último ramal de la sangre
que calla y vuela en su sencilla pureza,
aparece transido de gozo iluminado.
Se me está abriendo el alma,
se me estremece el alma y se esparcen sus linderos
como el rezar de un bosque que atardece,
y me llega a los ojos, y se me inundan los ojos
de esa ternura blanda que todo lo comprende y lo silencia.
Todo ha cabido en mí.
El corazón ha sido una mirada larga que ha palpado
ese dolor tranquilo de las cosas sencillas,
de las cosas de Dios, del mirar sosegado,
de la verdad del hombre que sólo Dios consuela.
Y en ese encuentro después de la mirada,
de la blanca purificación del llanto que nos une,
todo ha quedado en mí y me vive dentro
como en el árbol la tarde que lo eleva.
Y siento la mansedumbre del alma,
y hay un rumor de fronda estremecida,
en el paisaje del alma que se ofrece
y me siento más cerca de ti en tu altura
porque noto en mis manos el ascender tan claro
de la pureza abierta.
Y me encuentro más cerca de Dios,
de la pupila de Dios donde se inicia el tiempo
y bendigo y comprendo
la anunciación del mundo en que morimos.