Antonio Luis Baena
Antonio Luis Baena
Antonio Luis Baena Santiago
Antonio Luis Baena Santiago

Julio Mariscal Montes

(1922 - 1977)

Julio Mariscal nace en Arcos de la Frontera el 18 de noviembre de 1922, hijo menor del matrimonio formado por Don Aurelio Mariscal Sandoval, un comerciante de tejidos, y de Doña Josefa Montes Iyázquez. Queda huérfano a los 11 años de edad, siendo desde entonces su gran refugio afectivo su madre, a la cual veneraba.

Tras cursar sus estudios en el colegio Nuestra Señora de las Nieves obtiene en 1950 el título de Maestro Nacional siendo su primer destino el colegio “Primo de Rivera” de Cádiz, y dos años más tarde es trasladado a la localidad de El Bosque.

Fue colaborador o fundador de varias revistas, Alcaraván, Platero, Arquero de Poesía, Alcántara, Cal, Caleta, Capitel, Torre Tavira, Alfox, El Cobaya, Rocamador, Anaconda,  Madrigal, entre muchas otras.

 

 

 

En 1953 ve la luz su primer libro Corral de muertos. En 1955 aparece el segundo Pasan hombres oscuros, y tras el van apareciendo Poemas de ausencia, Quinta palabra, Tierra de Secanos, Tierra, Último día, Poemas a Soledad y Trébol de cuatro hojas. Años después de su temprano fallecimiento se publicó una recopilación de poemas inéditos creados en 1974, Aún es hoy.

Julio consagró su vida a la enseñanza, la poesía y el flamenco. En sus poemas le canta al amor y a la tierra, a Dios y al hombre, a la madre y a la mujer, al trabajo duro y a la muerte. Poeta triste y melancólico, sus méritos intelectuales y humanos no le fueron reconocidos durante su existencia, sufriendo la marginación de la sociedad de la época.

Muere el 29 de noviembre de 1977. Descansa en el Cementerio de San Miguel de su pueblo natal.

 

a Antonio Luis Baena

 

Porque tú no sabías.

Tú no podías saber, Antonio Heredia, zapatero,

que esos mismos zapatos que tú hiciste,

que esos mismos zapatos, quizás pisen

tu sonrisa o tu anhelo

hechos lodo o arcilla tan inútil.

Yo sé que tú no lo sabías;

que no podías saber de ningún modo

que esas palomas tuyas fueran cuervos

para pisotearte las entrañas.

 

¿Y por qué, Antonio, dime tú, decidme

por qué tormenta donde sólo nubes?

¿No es más dulce pensar que tus zapatos

son manos para alzarte de la tierra,

lienzos que cubren tus despojos, altos,

celosos rondadores de tu muerte?

 

De cualquier forma estáis los dos tan juntos,

tan desoladamente amancebados,

que uno piensa: ¡Dios mío! ¿Qué tendrán que decirse?

¿Qué se estarán diciendo ahora?

¿Qué, Antonio Heredia, zapatero?

 

Del libro Corral de muertos

 

 

 

Yo me pregunto: ¿Existen dos lágrimas iguales?

¿Dos aguas con la misma rumorosa nostalgia

o dos lunas tan blancas que no sepamos nunca

cuál de las dos es una, primitiva y distinta?

 

Decidme si es posible deshojarse de nuevo,

acacias de un noviembre ya vacías de trinos,

o qué reloj de lentas campanadas sonoras

señala doblemente el minuto que escapa.

 

Decidme, porque siento repetirse en mi sangre

el dolor imposible de los primeros besos,

y me pregunto: ¿Puede nacer cada mañana

lo que cada crepúsculo amortaja de estrellas?

 

Del libro Poemas a Soledad

 

 

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